Me unciste con tu beso
de joven primavera,
en otoño pretérito,
de yugo electrizante,
con mis lágrimas secas
de sales y de agua
pero con sangre tanta
que quise responderte
y tu no me dejaste
porque temiste acaso
que algo reviviera
y pudiera abrazarte
y pudiera quererte
y al final te perdiera.
Tú el yugo y yo el uncido.
Te amaré eternamente
aunque tú no lo quieras.
(15.04.99)
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